Para entender la situación contemporánea de los mapuche, tanto en la ciudad como en zonas rurales, primero echemos un vistazo a la historia del pueblo mapuche.
A mediados del siglo XVI la población mapuche alcanzaba aproximadamente el medio millón de habitantes dispersados por más de la mitad del territorio chileno, desde el río Limarí hasta la isla grande de Chiloé, y se extendía hasta el océano atlántico por el oriente. La llegada de los españoles significo la disminución de la población en casi dos tercios, y la colonización de la parte de su territorio al norte del río Bío-bío, mas a 100 años del inicio de la colonia, los españoles cesaron sus infructuosos intentos para someter a los mapuche y reconocieron el territorio al sur del río Bío-bío bajo su soberanía.
Desde fines del siglo XIX el joven estado chileno adopto una política de etnocidio hacia el pueblo mapuche y se comenzó a usurpar su territorio firmando acuerdos ilegítimos, dictando una serie de leyes y vendiendo a empresas privadas predios de su territorio, que lo disgrego y redujo a 500 mil de los 10 millones de hectáreas de su territorio original.
Este arrebatamiento de territorios de 5 siglos ha forzado a los mapuche a asentarse en el nuevo modelo de vida impuesto por los europeos: la vida de ciudad, un choque cultural que ha sido y sigue siendo muy violento para ellos, ya que su cultura no concibe el concepto de ciudad.
La cultura mapuche esta íntimamente ligada a su madre tierra (de hecho, son la gente de la tierra), han vivido de la agricultura toda la vida (el choque cultural con los españoles los hizo hacerse también comerciantes y ganaderos), no tienen una organización social piramidal, sino una serie de lov (comunidades) independientes entre si, cada una con un longko. La ciudad, en cambio, reconoce jerarquías sociales y excluye a su gente del trabajo con la tierra: la ciudad desvincula al ser humano de la naturaleza, buscando protegerlo de sus inclemencias, mas esto significa para los mapuche sometimiento y desarraigo de su madre tierra y de su cultura. Todos los mapuche urbano, desde la llegada de los españoles hasta la actualidad, han debido adecuarse a un contexto completamente extraño. Por razones económicas, tienen que emigrar a los grandes núcleos urbanos (sobre todo la capital, Santiago) de Chile, y adecuarse a una cultura, una escala de valores y un lenguaje desconocidos, y tratar de asimilarlos para poder vivir en la ciudad.
El paisaje agresivo característico del espacio urbano es testimonio habitual de un medio que generalmente fundamenta su diseño en conceptos ajenos a la cultura mapuche, donde la relación armónica con el entorno natural no pasa a ser más que pequeñas intervenciones de "jardinería".
Es inevitable entonces, que el mapuche urbano tenga una mayor identificación con los espacios rurales que con los de la ciudad, por lo que cuando quiere relacionarse con sus tradiciones vuelve a su comunidad al espacio que si le pertenece, al espacio que representa el equilibrio entre hombre y naturaleza.
En el espacio de la ciudad, lo mapuche tiende a desaparecer bajo un manto de estructuras e infraestructura que pertenecen a otra cultura, que desconocen los referentes culturales de la "gente de la tierra".
El espacio urbano representa el espacio ajeno.
La primera etapa de integración del inmigrante mapuche a la ciudad es tremendamente hostil, dura y complicada, la sociedad que encuentra no le acepta y busca todos los medios para expulsarle o marginarle. Es difícil comprender esta realidad y muchas veces se niegan estas situaciones. Los mapuche engrosan las plazas laborales mas bajas. La gran mayoría son obreros panificadores, a veces obreros de la construcción o de la pequeña o mediana industria. Las mujeres, empleadas domesticas y en casos mínimos obreras. Es bueno señalar de paso que los obreros panificadores, son uno de los sectores más explotados y peor pagados de la clase obrera en Chile. Las empleadas domesticas forman parte del elemento humano que sirve de servidumbre a la burguesía y pequeña burguesía, y en su mayoría son sobreexplotadas, con sueldos miserables y ningún tipo de seguridad laboral. Aquí surge un tipo de racismo en las relaciones laborales entre los chilenos y los mapuche. Consideran que su capacidad y su coeficiente intelectual le impide cumplir otras responsabilidades más importantes.
Los mapuche al llegar a la ciudad llegan a los sectores mas marginales, donde los habitantes no tienen tolerancia con las diferencias ni la diversidad. Sufren una actitud de rechazo por parte de los citadinos. Que quede bien entendido que a nivel de otras clases sociales los problemas de RECHAZO del mapuche son peores. Indudablemente que la burguesía y la pequeña burguesía se han caracterizado por el desprecio que siente hacia clases con menor poder monetario. En este aspecto la ideología dominante ha impuesto un principio, incapaz de destruir físicamente al pueblo mapuche, obtiene con cierto éxito la posibilidad de su destrucción cultural (sobre todo en la ciudad).
Más aun así, desde el fin del régimen militar los mapuche urbano han vivido un proceso de revitalización de su cultura, pero los medios de comunicación y la clase política continuo con su política reduccionista. Los mapuche antes negaban su raza, pero en la actualidad dicen ser descendientes de mapuche. Aun no se sientes orgullosos de su origen diciendo que son mapuche, pero se han visto interesadas estas nuevas generaciones de mapuche urbano en su pasado, su cultura, sus tradiciones, celebrando nguillatun, pali, we tripantü; se han interesado en las demandas de su pueblo participando en protestas, incluso se han aventurado en la política.
A continuación, un un extracto del articulo “Segregación Espacial Mapuche en
Los mapuches de hoy se ven impelidos a re/plantear su identidad a partir del saberse un pueblo territorialmente dividido, distribuido fundamentalmente entre las regiones de Los Lagos, por el sur, y Metropolitana, por el norte. Este nuevo escenario de principios de siglo conlleva una identidad que para aproximadamente el 70% de su población ya no puede basarse en el concepto de comunidad, de lof, de reducción. La población mapuche contemporánea se ve dificultada de concebir la identidad desde un solo espacio, como tampoco resulta fácil concebir que uno de los dos lugares, rural o urbano, sea el definitivo. Suele haber una migración periódica a lo largo del ciclo anual hacia ambos lados, del sur rural hacia el centro metropolitano y viceversa, retroalimentándose las experiencias y conocimientos de unos y otros sobre la ciudad. Como señala José Miguel:
“Mi padre, de juventud siempre participó en la iglesia católica, y mi vieja siempre participó en la iglesia evangélica, así que tuvieron una concepción de vida bastante particular como mapuche...ellos en su juventud habían estado aquí ya, habían estado aquí en Santiago trabajando antes de que se conocieran, después volvieron pa’ llá, allá se conocieron y se casaron, entonces ya habían tanteado el río, como se decía, antes de llegar acá”.
José Miguel da cuenta del recorrido histórico-identitario de ya tres generaciones de mapuches en la ciudad, situándolos en el contexto mayor de los distintos momentos sociopolíticos que ha enfrentado la sociedad chilena en las últimas décadas:
“Yo creo que en las tres generaciones el mapuche le ha dado importancia a su identidad, pero como han sido tiempos distintos, entonces cada tiempo tiene su particularidad, yo más recuerdo lo que fue el período setenta-setentaitres, se dio un proceso distinto de lo que se ha dado antes y después en el ambiente mapuche, ahí el mapuche vivió la efervescencia social que se estaba viviendo en ese tiempo, tuvo esa iniciativa de juntarse, de organizarse, y de recrear en cierto grado su cultura, se hicieron algunos nguillatun, algunos encuentros por ahí, pero fueron bien pocos, bien contados, pero había una intención de hacer algo, después vino toda una generación de lo que fue en el tiempo de la dictadura, se hizo un nguillatun en ese período no más, fue porque hubo un tiempo que hubo sequía, ahí en el Parque O’Higgins, yo fui allá esa vez, pero ahí el mapuche estaba como el resto de la sociedad chilena, arrinconado en su casucha, en su ambiente, en ese tiempo aún e conservaba que los mapuche se visitaban, especialmente la generación más adulta, pescaban a sus hijos e iban a visitar a otro familiar que estaba en San Gregorio, o allá en Conchalí, había un lazo de familiaridad, de amistad, pero ya a mediados de la época del
La relevancia de determinados eventos que han gatillado el sentimiento de pertenencia a la “comunidad imaginada” (Anderson 1993) y su defensa, es destacada por Francisca:
“El pueblo mapuche ahora volvió...yo creo que fue en la marcha, desde la represa de Endesa en adelante, en el Santa Lucía se hizo una rogativa, se tomaron
Respecto a la última etapa señalada por José Miguel, Vial (1999) escribe que hace ya más de una década la congregación del Verbo Divino abrió el parque de su seminario en la comuna de
“En
Como vemos, no sólo se recrean los tradicionales ritos, sino que algunas autoridades religiosas propias comienzan a asumir un rol protagónico en lo que algunos autores han llamado la reetnificación mapuche en la ciudad (Curivil 1994 & 1997). Es este un proceso con múltiples células territoriales y organizacionales, alcanzando incluso la quinta región, y donde el barrio o población es el espacio de origen de tales iniciativas de encuentro y reencuentro. La existencia de un flujo de migrantes con metas y problemas semejantes ha permitido que en el ámbito urbano se trate de recrear el barrio como un grupo socio-territorial de referencia, que a la vez es utilizado como base para la inserción en el todo urbano. La vida barrial se desenvuelve como un microescenario representativo del sistema social nacional: los mapuches se mantienen en estrecho contacto entre ellos, sin perder el vínculo con la sociedad no mapuche, con quienes interactúan a través de disímiles y ambivalentes sentimientos, actitudes y comportamientos. Como dice Margarita:
“El barrio me gusta porque tantos años que estoy aquí, gracias a Dios aquí nadie me ha hecho nada malo, yo conozco a mi gente como si yo estuviera en el sur, todos, he recibido cariño con gente extraña...aquí en Santiago ya estoy acostumbrada, si somos tantos mapuches, y muchos de nosotros nos creemos que somos todos winkas porque todos niegan su sangre, y se niegan po’, no quieren hablar na’, no quieren conversar, se avergüenzan, yo no...ahora sí están levantándose, ahora se están viendo, mire tantos años, ahora tenemos reunión de mapuches, los mapuches se están juntando...se están reuniendo los mapuches”. (En Gissi 2001: 113).
El residir en un mismo barrio facilita una identidad mancomunada que permite, por ejemplo, la diversificación entre católicos y evangélicos, sin que se pierda la idea de formar un grupo de destino común frente a la ciudad en su conjunto. Esta identidad barrial ofrece una perspectiva para el grupo en su totalidad, que vincula las distintas generaciones manteniendo junto a la identidad de clase lealtades preindustriales de parentesco y de reciprocidad, que posibilitan una solución más integracionista a las dificultades que deben enfrentar. De este modo, la segregación espacial es internalizada positiva y proactivamente por los vecinos mapuches. Como indica José Miguel:
“De lo que me he dado cuenta, es que en la comuna de
En Santiago muchos migrantes, a lo largo de ya tres generaciones, se han organizado para intentar mantener la vida como en los lugares de origen, hasta donde las circunstancias lo permiten. A través de un lento pero continuo proceso dialéctico los inmigrantes mapuches, de primera (emigrantes) o segunda generación (nacidos en Santiago), revitalizan día a día su identidad étnica. Esto es parte de un fenómeno mayor: hoy en día en el escenario internacional hay una actitud de mayor reconocimiento a las diferencias étnicas y culturales, y, por su parte, las distintas minorías étnicas han reaccionado a la homogeneizante globalización a través del repliegue a las pequeñas identidades tangibles: la familia, el barrio, la congregación, la etnia, amparándose el individuo en las peculiaridades amenazadas. Así, los inmigrantes mapuches sin casa, sin familia, sin tierra, sin comunidad étnica, empiezan a regenerarlas una a una en la ciudad. Como señala Esteban:
“Ahora se están uniendo y se están abriendo a lo suyo, porque antes el mapuche era muy cerrado, no se quería identificar como mapuche, porque incluso algunos hasta apellido se cambiaban, pero ahora como que está el mapuche integrándose unos con otros...ahora como que los jóvenes se están integrando y tratando de hablar en mapuche, muchos, los niños están tratando de meterse más en el idioma mapuche, tratando de aprender. Los primeros migrantes dejaron su cultura, la abandonaron, para mí que fue por el mismo rechazo de la gente, del chileno, porque donde iban ellos eran mal mirados, trataban de esconder, no se expresaban, no se daban a conocer, a identificar bien...se está levantando el pueblo, lentamente pero se está levantando, ya la gente anda con más libertad, antes el mapuche no tenía esa libertad que tiene ahora...y aquí en Santiago se está levantando mucho el ritual mapuche, porque ahora se están tomando en cuenta...”. (En Gissi 2001:118).
Esta reunión se traduce en la reafirmación de la preponderancia de los vínculos locales por sobre el significado de la ruptura inherente de la salida de la comunidad. Los vecinos mapuches forman un grupo proveniente del mismo pueblo y vinculado desde el pueblo.
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